viernes, 3 de junio de 2011

Retorno al pasado (1947)


Aunque curiosee fuera y dentro de los personajes, la mirada de Jacques Tourneur no es insistente, no quiere hacerse notar para no entorpecer la narrativa visual de sus películas, la que hace de él un cineasta de enorme potencial comunicativo y cinematográfico, de los más modernos de Hollywood de los años cuarenta y cincuenta. Su sentido visual parece innato, quizá tenga que ver en eso que nació y creció en el cine mudo —su padre era Maurice Tourneur—, y que filme buscando las mejores opciones y soluciones, que a menudo sabe que son las más sencillas. No rueda con intención de transcender, eso queda para mas adelante, para alguien como Kubrick, y fuera de Hollywood para quien, como Godard, crea reinventar el cine, aunque parece más factible que sea el cine el que los invente a ellos —lo digo como influencia vital que les anima a tomar su decisión de hacer cine. En la época dorada de Tourneur todavía no se insiste en autores y artistas cinematográficos, aunque los haya. Su voz no necesita hacerse notar, para dejarse oír. Él es un ejemplo, como lo puedan ser King Vidor, John Ford o Charles Chaplin. Trabajaba el aspecto visual de sus películas como parte de la historia a contar. En él, lo visual tiene un sentido estético que conecta con la interioridad de sus personajes en situaciones que desbordan sus psicologías.


El talento de Tourneur estaba fuera de duda, demostrado con creces en su ciclo de terror junto al productor Val Lewton, en su primer film de serie A, el desapercibido bélico Días de gloria (Days of Glory, 1944), y en su primera película en color: el espléndido western Tierra generosa (Canyon Passage, 1946). Con estos ejemplos, más que suficientes para quien estuviese atento —la mayoría parecía no estarlo—, cabía esperar que Retorno al pasado (Out of the Past, 1947) fuese lo que es: una pieza imprescindible del cine negro y a la vez una película que emplea el género para indagar en personajes atrapados: el protagonista del film no puede escapar del pretérito; sus propios actos y deseos de ayer son los que determinan su historia y su condena en el presente. Tras su colaboración en La mujer pantera, Tourneur volvía a contar con Nicholas Musuraca en labores de director de fotografía y, el resultado, de su nueva colaboración impacta por su fatalismo y su pesimismo, aunque visualmente sea una de las menos negras del cine negro; quiero decir que su oscuridad no es ambiental ni estética, es la que viaja dentro de los personajes principales. La fatalidad persigue a Jeff (Robert Mitchum) desde que conoce a Kathie, una de las mujeres más fatales que ha dado el cine negro estadounidense, y un personaje que Jane Greer borda, pasando de su pureza inicial, que se refleja en la claridad de su vestuario y en la luminosidad de Acapulco, a la chica impasible cuando asesina a sangre fría. En un primer momento, la relación entre ambos semeja idílica, y en ese instante lo es, porque no deja de ser el espejismo que se difumina con la aparición del antiguo socio de Jeff, a quien Kathie dispara antes de desaparecer. Esta es la historia que Jeff confiesa a Ann (Virginia Huston), mientras conduce hacia su pasado en el que le aguardan Whit (Kirk Douglas), la mujer fatal y la imposibilidad.


Hay tres espacios fílmicos: el pueblo, el recuerdo —en el que destaca la idealizada estancia de la pareja en Acapulco— y la ciudad; y en ninguno hay lugar para Jeff. De algún modo, el pueblo se le niega, su luminosidad no es para él, como empieza a comprender cuando su pasado se encuentra con su presente. Cierto que son dos tiempos que no pueden existir el uno sin el otro, pero a veces se desequilibran para dar paso a la imposibilidad de existir en ninguno de ellos. El pasado alcanza y atrapa a Jeff Bailey. De nada le ha servido cambiar de nombre, ni buscar la paz en un pueblo alejado de las grandes áreas metropolitanas. Sin duda, a medida que Jeff narra su historia a Ann, descubrimos que el motivo para escapar está más que justificado, ya no por Whit, el gángster a quien ha engañado, sino por la perversa mujer de la que había estado enamorado. Si existe un personaje dentro del cine negro con motivos más que suficientes para recelar de una mujer fatal ese es Jeff. Kathie, la novia de Whit, huye tras haberle robado 40,000$ y dejarle unas cuantas balas como recuerdo. Así pues, no resulta extraño que este mafioso pretenda encontrarla. Para ello contrata los servicios de un detective privado, claro está, ese sabueso es Jeff, quien persigue a Kathie hasta que da con ella en Acapulco, pero con la mala suerte de que cae en sus redes, una torpeza que sella su destino. De nada ha servido escapar, algo de lo que se percata en el presente, mientras le confiesa a Ann su amor y la verdadera naturaleza de su anterior vida. Whit no ha olvidado, pretende cobrar la deuda que el detective ha contraído con él, por eso le ha buscado y finalmente encontrado. La misión que le ofrece no es más que una trampa, argucia que el protagonista descubre de inmediato, pero se encuentra metido de lleno en ella y no le resultará sencillo escapar, pero debe intentarlo.


Ejemplo de cine negro, Retorno al pasado fluye entre el presente imposible y el pasado donde, simbólicamente, se encuentran atrapados los tres personajes principales de un film que en su primera parte asume la voz en off de Jeff y a la analepsis como guía para, una vez se produzca el reencuentro, atrapar a Jeff en un presente que cada vez ve más lejano. Los diálogos, precisos y en ocasiones espléndidos, un guion que tuvo numerosos retoques y diferentes guionistas —en primer lugar, Daniel Mainwaring, autor de la novela en la que se basa la película, después, James M. Cain y, por último, Frank Fenton, siendo el primero el único que aparece acreditado con su seudónimo— hasta hasta darlo por bueno con las aportaciones del propio Tourneaur; la ya luminosa, ya oscura fotografía de Musuraca, los personajes, marionetas en manos de la fatalidad que Kathy lleva consigo, son algunas de los aciertos de una película que cuenta con excelentes interpretaciones, pero, como apunté arriba, por encima del resto, destaca Jane Greer dando vida a Kathy, en apariencia una joven y hermosa mujer, desvalida, víctima de la crueldad de Whit y que, sin embargo, resulta un corrupta, sin escrúpulos y la más letal dentro de ese pasado-presente de luces y sombras. Esta mujer fatal manipula a todo aquel que se encuentre en su radio de acción, no duda, utiliza sus encantos para seducir a cualquier hombre que necesite, y enfrentarlos contra sus principios (que no los tienen) o contra sus amigos (que no lo son). Ante una mujer de este tipo nada tienen que hacer los personajes de Whit y Jeff, quienes se dejan engatusar, sin que puedan evitar sentir lo que sienten. Sin embargo, a pesar de esta característica que les une, existen diferencias entre ambos personajes masculinos. Allí donde Jeff ha descubierto fatalidad, Whit no ve más allá del deseo provocado por la perturbadora belleza que le ciega, es una marioneta, muy en contra de lo que piensa: da por hecho que controla una situación y a una mujer que se le escapan de las manos.



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