jueves, 19 de mayo de 2011

Perseguido (1947)

La primera impresión que me produjo Perseguido (Pursued) fue que me encontraba ante una película impactante y la última que había disfrutado de una pequeña joya dirigida con maestría por Raoul Walsh, quien ya desde la primera imagen advierte que su film, a pesar de poseer apariencia de western, guarda más similitudes con el cine negro. Este hecho se repite en algunos de los grandes westerns del realizador, quien enfocó la trama como un relato de suspense psicológico en el que la fotografía en blanco y negro juega un papel crucial para producir la atmósfera perturbadora y amenazante siempre presente y que genera la sensación de ser testigo de la pesadilla en la que el personaje interpretado por Robert Mitchum se encuentra atrapado. Perseguido comienza con un plano en el que se ve a un jinete a toda velocidad, parece que huye de algo o de alguien. Cuando frena descubrimos que se trata de una mujer que se dirige al refugio donde se oculta el hombre a quien ama. Esta presentación nos muestra la tensión que se va a desarrollar a lo largo del metraje, una tensión que crecerá hasta el momento cumbre sin que en ningún instante decaiga. El ritmo es frenético y los minutos que transcurren nos van desvelando los motivos que han llevado al protagonista a tener que ocultarse sin la menor esperanza de salvación. Gran parte de la película transcurre en un flash-back que nos muestra al fugitivo desde que era niño hasta los años que le conducen hasta su situación actual. Conocemos su personalidad, su relación con aquellos que le rodean, sus ansiedades y sentimientos, sin embargo nunca llega a ser un personaje cristalino, más bien resulta un personaje lleno de matices, enigmático e incluso peligroso, que atrae al espectador y del que nunca se sabe cuál va a ser su reacción ante los hechos que vive. Este hombre es Jeb Rand (Robert Mitchum), un joven cuya vida está marcada por ser testigo del asesinato de su familia. Ese niño que presencia la muerte de sus seres queridos es recogido por Medora (Judith Anderson), la madre de Thorley (Teresa Wright) y de Adam (John Rodney), quien le ofrecerá la oportunidad de crecer en un hogar que le proporcionará cariño y seguridad, pero que no podrá evitar que los recuerdos regresen y obliguen a Jeb a conocer la verdad de unos hechos que no le permiten vivir en paz consigo mismo y que termina por afectar (de maneras diferentes) las relaciones con sus hermanos adoptivos. Como muestra de la importancia de un buen reparto, no se puede olvidar la labor desarrollada por actores que interpretan roles secundarios como: Judith Anderson, Dean Jagger o Alan Hale, que, sencillamente, están geniales, hasta el punto de ser, en muchas ocasiones, los principales protagonistas de la historia.

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