lunes, 30 de mayo de 2011

Manhattan (1979)

"Capítulo uno: él adoraba Nueva York..." Woody Allen decidió (y acertó) que este comienzo sería el idóneo para una de sus obras maestras, Manhattan (1979). Dicho inicio deja patente que la ciudad va a ser un personaje más, y sin duda, lo es. Su fotografía en blanco y negro, en una época en la que constituía un riesgo cara la taquilla, sienta mejor que nunca a los edificios, puentes o calles de una isla reconocible y familiar, magnificada por la música de George Gershwin, a quien el director rinde homenaje. Manhattan es una película sobre personas, sentimientos e inseguridades. Ambientada en una Nueva York universal, reconocible, que permanece en la retina del espectador una vez finalizada la proyección, muestra a unos personajes reales, acomodados, cultos; cuyos fracasos, triunfos, dudas, miedos o anhelos, escogidos entre una amplia gama de sensaciones, van ocupando unos pensamientos que les hacen más inseguros, inestables y humanos. Estos neoyorquinos, marcados por la inestabilidad causada por una edad, que les indica que han dejado atrás una juventud que semejaba eterna, se encuentran sin apenas darse cuenta en el ecuador de unas vidas que no son como habían esperado. Sus dudas existenciales necesitan respuestas, pero ¿quién las tiene? El cerebro, por supuesto, no. Como dice Isaac: <<las cosas importantes son aquellas que no podemos racionalizar>>. Este tal Isaac (Woody Allen), un cuarentón dominado por miedos y dudas, mantiene una relación con una adolescente de diecisiete años (Mariel Hemingway), sin embargo, no se toma en serio su romance porque, en realidad, teme al compromiso, por eso se convence de que la edad de Tracey es síntoma de inmadurez. Este hecho le impulsa a animarla para que aproveche las oportunidades que la juventud le ofrece, divertirse y salir con chicos de su edad. Sin embargo, ella tiene claro lo que quiere, y le quiere a él. A pesar de su inexperiencia, y de lo que piensa Isaac, Tracey posee una madurez emocional superior a la de su pareja. Ella sabe que lo ama y que desea pasar su tiempo con su compañía. El supuesto maduro es quien tiene pensamientos confusos. La diferencia de edad se convierte en un arma de doble filo. Por un lado, le permite no tomarse en serio la relación (muro que levanta para no sufrir un nuevo desengaño), la rechaza porque teme enamorarse, y que un buen día se despierte dándose cuenta de que Tracey ya no siente atracción por él. Por otro lado, disfruta con su dulzura e inocencia, compartiendo momentos agradables en los que se sienten afines. Pero son esas dudas, temores o simplemente el egoísmo, los que obligan a Isaac a ver en Mary (Diane Keaton), amante de Yale (Tony Roberts), a la mujer madura que busca, guapa, inteligente y que parece tener las ideas claras. El contacto con Mary le lleva a mentir y a desear que su amigo Yale se centre en su matrimonio. Cuando se le presenta la oportunidad, abandona a Tracey, sin plantearse el consiguiente sufrimiento que provocará en la dulce muchacha, incluso se justifica pensando que le hace un favor. Para colmo, Mary resulta ser emocionalmente inestable, llena de inseguridades (parecidas a las suyas), que se ata a él para mantener una relación y no encontrarse sola. Finalmente, la única verdad que Isaac descubre la encuentra en su gran equivocación; nunca debió abandonar a la única mujer que le ofrecía aquellos instantes agradables, llenos de armonía y paz, una muchacha de diecisiete años cuya seguridad emocional superaba con creces a sus anteriores relaciones amorosas, a pesar de que éstas fuesen de su propia generación, y, supuestamente, con una visión de la vida mucho más clara.

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